lunes, 7 de julio de 2008

hernán camoletto

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Hernán desplegó sus trabajos por paredes y piso. Dibujos de plantas a lápiz en hojas cuadriculadas, dibujos con fibrón, vidrios pintados, fotos, una estructura hecha con mosaicos negros siguiendo un recorrido similar al de las hojas cuadriculadas. Él nos habla de las demoliciones, de las re-construcciones, de esos intersticios que se producen en los antes-después inmediatos, donde permanece la ruina que es un esqueleto de lo que fue, y un posible “lo que será”. Esto es lo que subyace, ese esqueleto quizás, pero no lo que se ve. Los espacios en conflicto que plantea hernán son en realidad – creo – el espacio en conflicto que se genera en la interacción de todos los trabajos en su conjunto: un gran espacio “conflictuado” que pero puede leerse como mapa hacia otra cosa. La insistencia de los colores (azul-negro-blanco) generan una irrealidad que a veces resulta incómoda, pero para bien. Me refiero a una incomodidad que me lleva a pensar el “por qué se asocian o se disocian las imágenes que tengo ante mí”. Pero esta incomodidad que planteo asfixia la obra.

Hay muchas sugerencias sobre el uso de los materiales, sobre los por qués. Dudas y preguntas. Recuerdo la presentación del año pasado donde toda esta angustia o sensación de desmoronamiento estaba dada desde el clima de las imágenes –sin importar tanto el soporte- pero fundamentalmente por la escala. Le sugiero a Hernán esta cuestión del tamaño, de la escala. Donde nuestra diminutez sea parte de la obra, donde esos espacios latentes no sean “tan manejables” por nuestra vista, al menos no inmediatamente.

En las fotos, en cambio, sucede lo contrario. El acercamiento nos pone en gigantes y entonces sí funciona. Es nuestra “posibilidad” de hacer pie en ellas la que le otorga el sentido, la que nos saca del derrumbe, la que nos permite hacer pie.

“Si se puede explicar todo explicamelo, no hagas obra”, dijo Silvia Gurfein.

“Si es perfecto sobran las palabras”, dijo Hernán hace un tiempo.

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